Al ir caminando me topé con unos turistas que buscaban “El Parián” pues querían probar el famoso “mole poblano”, les indiqué por dónde tenían que ir, me agradecieron y a la vez me preguntaron el origen del mole poblano, lo hicieron ya que yo soy originario de esta ciudad, me dio bastante pena, pero les contesté que ignoraba dicho origen.
Nos despedimos y con bastante pena desistí el ir a ver a mis amigos de la Lázaro y Zapata regresando de inmediato a mi casa.
Al llegar corrí a buscar a mi mamá y después de contarle mi no muy grata experiencia con los turista, le pregunté sobre el origen del “mole”, ella dudó y me dijo que era mejor preguntarle a la vecina, Doña Florita, me dijo que más tarde iríamos, pero le insistí que me interesaba saberlo, así que de inmediato fuimos a buscarla.
Doña Florita estaba guisando, curiosamente, un mole poblano, y, amablemente nos recibió.
La pregunta no se hizo esperar y ella dijo que sí lo sabía, pero que su mamá, Doña Lolita lo podía contar de la mejor manera, ya que Doña Paulina, abuelita de Florita y madre de Lolita había conocido perfectamente la historia del “Mole Poblano”.
Lolita, es una viejita delgadita, de pelo cano, dos trenzas, delgadas pero muy bien cuidadas, falda larga, blusa ya gastadita pero muy bien planchadita.
Lolita comenzó el relato, hoy tal vez leyenda del…
MOLE POBLANO
Sucedió en el convento de Santa Rosa, que está en la 14 poniente entre 3 y 5 norte, ahí había un lugar que habitaban varias monjitas, eran muchachas hijas de gente rica que tenían que pagar o dar una “dote” para que ellas fueran aceptadas.
Vivian una vida de muchas restricciones, es como si ahora se tuvieran que pagar colegiaturas de un internado en una Universidad en donde se diera educación a las alumnas.
La Directora era conocida como “La Madre Superiora” se llamaba Alma María Rico, hija de españoles, blanca, gorda, bastante estricta y enojona casi siempre.
Sólo estaba contenta cuando el padre Rafael permanecía un buen tiempo en su celda cuando ella se confesaba para poder recibir la comunión posteriormente en misa.
En esos momentos era imposible molestarlos.
Sucedió que la madre superiora informó a las monjitas que el Arzobispo de la ciudad de México llegaría de visita a Puebla, por lo que había que preparar un platillo excelente para él.
Rápidamente los dos grupos de mojas que existían en el convento comenzaron una competencia para ver cuál de ellos realizaría el platillo con el que el convento de Santa Rosa quedaría bien con el Arzobispo.
Pues es necesario saber que había dos grupos rivales de monjas, uno, capitaneado por una monja joven, rica, lista y noble a la vez: Sor Rita.
El otro, guiado por una monja ya grande, también muy lista pero que además contaba con bastante experiencia y que aspiraba a ser la próxima madre Superiora, para lo cual, se valía de acciones no muy propias de la cristiandad, era Sor Raymunda.
Los dos equipos decidieron inventar un nuevo platillo para el Arzobispo.
De manera callada y reservada trataron de averiguar algo más sobre los gustos del arzobispo por lo que acudieron a la celda de la madre superiora.
Pero lo hicieron en mal momento, pues la madre superiora estaba en confesión y poco escuchaba desde dentro de su celda lo que Sor Rita y Sor Raymunda le preguntaban:
- ¿Qué le gustaría al arzobispo?
- ¡Chile!, ¡Chile duro!, ¡duro!
- Pero, eso pica
- ¡Si, pica, pica duro!
- ¿Qué más?
- ¡Plátanoooo!
- ¿Eso es todo?
- No!!!, es muy dulce y rico!!!!
- ¿Algo más, madre superiora?
- ¡Dejen de moler !!!
Las dos monjas se retiraron comentando: el platillo que desea la madre superiora debe ser confeccionado a base de chile, pero con algo dulce y debe ser molido, como lo que antes en el México prehispánico se llamaba “Mole”.
Sor Rita y Sor Raymunda corrieron con sus respectivos equipos, pensaron, planearon y nada, nada se asomaba en sus mentes.
La madre superiora salió de su celda, contenta de haber expiado sus pecados, sacó el rompope, lo distribuyó ante todas las monjas y preparó un té para todas ellas con una yerba que en el exterior del convento era usada para curar las reumas y no faltaba quien la fumara, pero ellas no podían fumar, así que sólo la consumían en té.
Posteriormente todas ellas se sintieron felices y bastante creativas.
Cada equipo pensó en el Chile y lo rico y dulce que debería ser.
Sor Rita dijo a su equipo: usaremos chile ancho pero con azúcar lo que lo hará dulce, pero además, agregaremos tortilla quemada, ajonjolí, canela, almendras, ciruela pasa, pepitas de calabaza y nuez. Todo eso lo moleremos en el metate, entre todas lo haremos y haremos un platillo exquisito.
Las demás monjas no cabían de la felicidad mientras seguían tomando ese rico té.
Por su parte, Sor Raymunda dijo: el padre Rafael es un hombre mulato llegado del Perú que siempre trae la paz y el descanso a la madre superiora, por lo que en su honor, emplearemos “chile mulato”, pero para hacerlo muy dulce, pondremos chocolate.
No cabe duda que Sor Raymunda sabía lo que hacía.
Pero además, y siguiendo lo que habían escuchado en confesión, el plátano debería ser un ingrediente indispensable, así, que se lo agregaron: plátano macho.
Sor Raymunda seguía consumiendo el rompope, pues casi no le agradaba el té e indicó; debemos agregar cacahuates tostados, nuez moscada, ajo, cebolla, pimienta, manteca y un poquito de sal.
Así lo hicieron las monjitas y a…moler…
Pasó la noche, llegó el día, la sorpresa para ambos equipos es que no tenían nada, y la visita del arzobispo se acercaba, el padre Rafael, cada vez más molesto.
Sólo lo calmaba entrar a confesar a la madre superiora.
Pero, y siempre hay un “pero” en todas las historias, sucedió que los dos equipos, cansados y molestos decidieron unir esfuerzos y dijeron:
¿Y si matamos un guajolote? Hacemos un caldo bastante grasoso, disolvemos los dos “moles” le ponemos esa carne y se lo servimos al Arzobispo?
Y eso hicieron, juntaron los dos “moles”, le pusieron el caldo, la carne y después de estar disolviendo bajo fuego durante unas 4 horas, llegaron a la creación del “mole poblano”.
De Puebla, pues.
El día llegó, el arzobispo, después de seleccionar a varias monjitas para que de su propia persona recibieran la confesión, llegó la hora de comer.
Se le notaba contento, cansado, y bastante hambriento.
No había duda, el platillo era exquisito, todos los demás Padres que lo acompañaban habían dado confesiones, y todas las monjitas felices de que su platillo además, hubiera sido un éxito.
Todo mundo estuvo feliz, pues el rompope, el té y el mole, habían salido adelante.
Y ahora, después de muchos años, el Mole Poblano sigue siendo un platillo delicioso.
Lolita hizo una pausa, recordó que más tarde, según le dijo su mamá Paulina, el convento había sido saqueado, muchos hombres a caballo se habían “robado” a las monjitas y se las habían llevado a vivir con ellos.
No supo precisar en qué año fue eso, pero desde entonces, la Iglesia y Convento de Santa Rosa, permanecieron cerrados durante muchos años.
Hoy, la Iglesia de Santa Rosa sigue prestando sus servicios, y el convento es un museo al que debemos visitar.
Pero el Mole Poblano, es toda una institución gastronómica en Puebla, México y el Mundo.
Nos retiramos de casa de Florita, agradecimos a Lolita e indirectamente a Doña Paulina por el momento educacional.
Ahora me siento feliz al conocer la Leyenda del Mole Poblano…
Es una gran Tradición Poblana, Mexicana y del Mundo, según lo han dicho Doña Paulina, Doña Lolita, Doña Florita y mi Mamá también.